El proceso político que estamos
viviendo en la Argentina tiene una riqueza incalculable. Somos protagonistas de
sucesos y debates sobre la coyuntura actual que nos confirma nuestro optimismo
no solo en lo que respecta a la posibilidad de continuidad del proyecto
kirchnerista. También, en algunos sectores, existe una profundidad y calidad de debates que es necesario
profundizar y actualizar.
Es el caso de cierta utilización
del pensamiento gramsciano que se viene dando desde ciertas columnas de revistas
y periódicos. El más reciente se da en relación al affaire Moyano y las
operaciones de prensa de las que el objetivo es el Secretario General de la
CGT. El 20 de marzo, en Página 12, Edgardo Mocca escribió un artículo titulado Hugo Moyano y la vigencia de Gramsci, en
donde hace una pequeña reseña de los debates en torno a la hegemonía y cómo la lectura gramsciana del mencionado concepto
tiene todavía vigencia para el caso argentino.
Desde este blog también hemos
intervenido en esta línea y nos interesa por tanto profundizar aún más el
debate. De todas formas, nuestra lectura guarda algunos matices con la
propuesta por Mocca y es por eso que necesitamos explayarnos para poder
plantear nuestras diferencias.
El análisis de correlación de fuerzas
La comprensión de cómo se
posicionan los distintos actores políticos en la distintas coyunturas es un
tema bastante recurrente en la obra gramsciana. Sus análisis del risorgimiento
italiano y de los consejos obreros es bastante conocido, así como también
ciertas lecturas metodológicas acerca de cómo construir los mencionados
análisis.
Uno de los objetivos de este blog
es justamente comprender la dinámica de la correlación de fuerzas en la
coyuntura política argentina. En este sentido, las distintas columnas de los
formadores de opinión más conocidos de los medios de comunicación brindan una
información más que relevante en este aspecto. En efecto, a quiénes interpelan,
qué es lo que piden, a quiénes critican y a quiénes defienden nos ayuda a
trazar un mapa acerca de cómo se van posicionando los actores dentro del mapa
político.
Para Gramsci esto es así porque en
el discurso hay algo que no es puramente discursivo, sino una tendencia
práctica que este representa. Es una especie de traducción de conocimiento en
política; un reflejo de tendencias práctico políticas e ideológicas.
En esta línea es que nosotros
estamos realizando un análisis de los principales columnistas -principalmente
de Clarín y La Nación- y venimos constatando una tendencia que define a esta
coyuntura como diferente de las anteriores inmediatas. Un indicador de esto es
la falta de un interlocutor que oficie de aliado en las columnas analizadas.
Históricamente, las columnas de Bonelli y Silvestre en Clarín buscaban en los
representantes de la UIA y el radicalismo a sus aliados políticos -recordemos
el mote desarrolista que históricamente definió al diario. En caso de La
Nación, los mismos eran sectores vinculados a la SRA y el liberalismo económico.
Hoy por hoy, esto no es así.
Mantienen una postura en conjunto de crítica al gobierno, pero ninguno de los
dos defienden candidatos particulares. Según sostenemos, esto se debe a la
falta de un candidato que se posicione como posible contrincante de Cristina en
las elecciones de octubre. En todo caso, y de haber segunda vuelta, apoyarán a
aquel que llegue a la mencionada instancia.
Bloque histórico, hegemonía y revolución pasiva
El concepto de hegemonía, tal
como lo define Gramsci, presenta algunas dificultades si lo queremos utilizar
como una herramienta para analizar la realidad política argentina. En primer
lugar, tenemos que tener cuidado de no realizar extrapolaciones muy directas.
En primer lugar, por la concepción marxista de la cual parte Gramsci. En su
análisis de la revolución francesa él habla de la conquista de la hegemonía
antes de llegar al poder y que, por lo tanto, la conquista del mismo es una
consecuencia madura de la potencia económica de la clase y de una reforma
intelectual y moral que precede al proceso revolucionario.
En segundo lugar, porque el
concepto de hegemonía es inseparable, en los análisis del intelectual sardo, de
los de bloque histórico y revolución pasiva. Para Gramsci este último es la
contracara de aquel. Es también conocido, como revolución restauración.
Lo dicho hasta aquí no es un tema
menor. Si nos atenemos a lo dicho en el primer párrafo porque son atendibles
las críticas que cuestionan la validez del concepto por poderse aplicar solo a
casos muy específicos. En efecto, si solo hay hegemonía en procesos similares a
la revolución francesa o la bolchevique estamos frente a situaciones que son la
excepción más que la regla.
Respecto a lo dicho en el segundo
párrafo, separar a la hegemonía de los otros dos conceptos es volverlo
estático. Ya que el binomio hegemonía – revolución pasiva responde al principio
físico de la acción y la reacción.
Es por eso que en posteos
anteriores habíamos hablado de un proceso de construcción de hegemonía y no de
un proceso hegemónico. En este sentido, y si hablamos de un proceso de estas
características debemos tener en cuenta cómo se va construyendo el proceso del
lado de la reacción.
Además debemos interrogarnos no
sólo acerca de los posibles escenarios que se abren después de octubre, sino
llevar el análisis antes de la asunción de Néstor Kirchner en el 2003. Si bien
es cierto que para poder hablar de uno de los sectores de la alianza que forma
parte del oficialismo tenemos que llevar nuestra mirada a la constitución de
los distintos movimientos sociales que vieron su nacimiento en los año del neo
liberalismo de Menem y la Alianza y que tuvieron su punto culmine en diciembre
de 2001, también tenemos centrar nuestra mirada en el congreso nacional del
Partido Justicialista que permitió que varios listas fueran con el sello
partidario para las elecciones de 2003.
Por un lado tenemos un actor, el
movimiento piquetero y sus sucesivas metamorfosis, que se convierte en un grupo
político que juega con peso propio en las alianzas que se dan desde ahí en
adelante y, por el otro, comienza a aparecer un partido justicialista que luego
de un no muy prolongado proceso de disputas internas, no se encolumna detrás de
un presidente de la nación con su mismo signo ideológico. Lo mismo podría
decirse de la CGT. Para el caso del movimiento obrero, podemos decir a grandes
rasgos que en la argentina existen de hecho cuatro centrales sindicales. Dos
oficialistas -Moyano/Yasky- y dos opositoras -Barrionuevo/Micheli-. Con la
diferencia de que la alianza ideológica entre los dos primeros es posible y en
el caso de los segundos no.
Por otra parte, estamos frente a
un radicalismo que tiene cuadros en todos los sectores políticos -oficialistas
y opositores- y que no logra presentar una estructura mínimamente unificada,
más allá de los formalismos partidarios.
Obviamente que podría seguir
desagregando las distintas alianzas -como por ejemplo las disputas internas
hacia el interior de los grupos empresarios; la convergencia entre la juventud
sindical y la juventud peronista históricamente enfrentados- pero, desde
nuestra perspectiva, esto redundaría aún más en nuestra tesis central. Estamos
frente a un proceso de construcción de una nueva hegemonía porque las fronteras
de alianzas político ideológicas de antaño se desdibujan ante la configuración
de un nuevo terreno político de disputa.
Este proceso nos lleva a
interrogarnos sobre lo que sucederá más allá de octubre. Por caso, ¿cuál es la
fuerza política que aparece como alternativa frente al bloque político que se
está conformando desde el oficialismo? En otras palabras, frente a la parte
mayoritaria del movimiento obrero organizado, los movimientos territoriales,
una parte importante del partido justicialista, los organismos de DDHH, ciertos
sectores del radicalismo y el socialismo, ¿qué es lo que hay? Sólo
antikirchnerismo. Sólo fuerzas políticas dispersas que esperan llegar a segunda
vuelta para poder votar a alguien que pueda echar a Cristina –podríamos pensar
incluso que “en última instancia” apoyarían a Jorge Altamira.
¿Esto quiere decir que la
reelección está asegurada? De ninguna manera. Sólo nos muestra que el proyecto
político de la oposición es el de la restauración, el de la vuelta atrás.
Frente al escenario de la
reelección de Cristina Fernández es donde hay que visualizar el proceso de
construcción hegemónica aludido. Y esto no se define rápidamente, sino en cómo
se van articulando las alianzas de cara al 2015. En esta dinámica se irán
definiendo las marchas y contramarchas del proceso… Pero para eso todavía hay
que esperar.
"Hegemonía y estrategia peronista"
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