Hace un rato iba camino a mí trabajo y me topé con una gran manifestación cerca del congreso. La misma se debía a la apertura de las sesiones legislativas correspondientes a este año. Lo interesante del paisaje era ver mezclados a los granaderos con los militantes, los bombos y las pancartas.
En ese momento me di cuenta qué es lo que le molesta a la oposición: la gente movilizada en la calle en apoyo del gobierno. Esto se debe, básicamente, a que sus respectivas organizaciones políticas se construyeron virtualmente a fuerza de aparecer en los medios.
La Coalición Cívica, el ARI, el PRO, Unión Celeste y Blanco (Francisco de Narváez), etc., tienen formas de organización similar. Una figura que es la generalmente aparece por la tele, la radio y los diarios, una segunda línea de dirigentes y nada más. Están acostumbrados a las masas ausentes que los miran por la televisión y cuando aceptan a la gente en la calle es para montarse en protestas que ellos no organizaron pero que les sirven para sumar para su quintita.
Les dejo una imagen para tratar de ser un poco más claro en lo que estoy diciendo. Hace más o menos un año, mientras unos amigos canadienses visitaban la República Argentina, nos encontrábamos caminando por el centro de Buenos Aires. No recuerdo muy bien por qué pero había una movilización por la calle corrientes. En ese momento mi amigo me pregunta quiénes eran los que estaban en la calle. Yo le contesté: es una marcha en apoyo al gobierno. Él me miró asombrado y me dijo: ¿apoyan al gobierno? Y retrucó: Eso en Canadá no pasa.
En este sentido, este gobierno recuperó la militancia barrial, sindical y territorial como algo necesario para la construcción del país que queremos o, si se quiere, borró la línea divisoria de aguas entre la gestión estatal y la militancia política. Es por eso que muchos de los políticos opositores se muestran desconcertados frente a estos hechos y califican despectivamente como fascismo la gente en la calle en apoyo del gobierno.
De todas formas, y para no confundir, creo que es necesario retomar unas líneas de Mario Wainfeld en una de sus habituales columnas de Página 12. En ella decía que Jauretche estaba sufriendo, a manos de ciertos militantes del oficialismo, un recorte ideológico respecto de su pensamiento. Esa veta del texto jauretcheano sostenía que no teníamos que atacar “inútilmente las preocupaciones éticas y estéticas” de los sectores de clase media afines al peronismo. O también como en manos de algunos la doctrina nacional se había convertido en una de partido y la del partido en una personalista”.
Me estoy refiriendo a que si bien es saludable recuperar el espíritu militante en la gestión estatal, no es saludable trasladar esta misma épica y pasión al espacio privado de aquellos que no quieren vivirla con consignas de una época que ya no es. Aclaro que esto no significa dejar de manifestarnos y hacer política en las calles, las oficinas públicas y el lugar de trabajo, sino entender cómo funcionan hoy ciertos imaginarios de nuestra sociedad y por lo tanto ser un poco más vivos en nuestra forma de comunicar nuestro proyecto político. Por ejemplo: Reproducción hasta el cansancio de consignas que se vuelven vacías por el solo hecho de repetirlas sin sentido por dónde sea y cuando sea.
En definitiva creo que llegamos hasta acá por lo que hicimos políticamente y no por repetir consignas como si fueran trompadas al vacío.
"Una reflexión…"
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